Esta es una historia
como muchas otras más
que
contaba un abuelo
a su nieto en la ciudad
de Tenochtitlán


Éramos un pueblo
dedicado a trabajar
no es que
fuéramos perfectos
pero se
vivía en paz

La naturaleza
nos
enseñaba a vivir
nos
sentíamos hermanos
dispuestos a compartir
la ración de maíz
sí, sí, la ración de maíz


Llegaron unos hombres
como en nuestra antigüedad
y
creíamos que eran dioses
que
venían a ayudar

 

Nos trataron como a perros
con la excusa de enseñar
casi nos exterminaron
los que vinieron del mar

¡Ay Tenochtitlán, ay, ay
ay Tenochtitlán!

Tu madre no pudo
resistir la crueldad
de unos hombres cuyo instinto
nunca tuvo un animal

Tu padre luchó
y acabó envuelto en sangre
y tu abuela, mi mujer
cayó en manos de cobardes
hay miseria y hambre
sí, sí, hay miseria y hambre

¡Ay Tenochtitlán, ay, ay
ay Tenochtitlán!